lunes, noviembre 20, 2006 

Barbershop: un fragmento de mi novela


BARBERSHOP
A novel of hairstyle and attitude










I
Dazed and confused










En aquellos días todo mundo hablaba del desastroso final de los 51 días de gira en Norteamérica de Led Zeppelin; de la golpiza que recibió su guardia de seguridad; de la muerte del hijo de Robert Plant a causa de una repentina infección estomacal; del supuesto anuncio de John Paul Jones en el que aseguraba la prensa especializada que no volverían a tocar en América; de la fascinación de Jimmy Page por el trabajo del ocultista Aleister Crowley y el accidente automovilístico de John Bonham en el que se rompiera dos costillas. Aquellos días estaban llenos de metal, estruendo y confusión… Quién pensaría que en medio de tanta maldición, mi padre, me encontraría pegado a la bocina del estéreo imitando, entre pujidos y balbuceos de inglés washenwersiado, uno de los temas musicales que me llevaría a entender que ni todo el rock ‘n’ roll estaba contenido en el Abbey Road y que Paul McCartney no era el pseudónimo que utilizaba mi tío Lorenzo cuando no iba a visitarnos; contrario a lo que ocurría fuera de casa, el sentir de aquellos días fácilmente lo podría resumir con la impresión que causó en mí escuchar algo más dulce y caprichoso en el 590, La Pantera, mi primer éxito registrado: Mrs. Robinson.

Eje Central y Avenida Las Américas; el 390, azotea, cuarto de servicio del departamento 403 para ser exactos. Ahí estaba yo, recargado en la bocina escuchando cómo el locutor gozaba al igual que yo el tema de la cinta El Graduado; en toda mi vida no recuerdo haber escuchado a alguien como él comentando la actuación de Dustin Hofman y lo que representaba aquella melodía para los hombres de su generación.

Justo ahí, en el momento preciso cuando estaba el locutor a punto de mencionar el nombre del cantante entró mi padre y le grité: “por favor, escucha el último éxito de los Beatles”. Él, con la paciencia del gurú que contempla a su discípulo afirmar que acaba de manifestar el despertar del Kundalini y alcanzar el Nirvana, acabó con todos los sueños de mi corta infancia… “Escúchame bien, ese no es John Lennon, ni tampoco son los Beatles. Sí, su nombre es Paul, pero Paul Simon y su disco está junto al libro de Siddharta”. Así cerró la conversación… A la par en que arrojaba su chamarra de mezclilla sobre el restirador, me hizo comprender que tenía a un héroe frente a mí. Nadie nunca había tenido el valor para mostrarme el camino que te alejaba de las tinieblas; sólo él y sólo una palabra le bastó para sacarme. Ese día entendí lo que era ser un hombre: mirar hasta el final del pasillo y saber que existe un más allá…




Así comenzó mi historia… tarareando La tonada americana, El condor pasa y Los sonidos del silencio. Horas después del éxtasis y la revelación, subía con Simon y Garfunkel a la parte trasera del Wolks Wagon 68 de mi padre. En verdad sentía gozo en el alma, algo similar a lo que en su momento debería haber sentido Moisés cuando bajó del Sinaí con las tablas de la ley bajo el brazo. No podía creer los dos grandes triunfos de mi día: el descubrimiento en casa del Live Rhymin’ en Concierto y nuestra tradicional visita mensual con Leonel: el peluquero de la familia.

No entiendo qué había estado haciendo todo ese tiempo. A qué se debía mi afán por encontrarle un parecido a cada uno de los integrantes de los Beatles con los miembros de mi familia. De hecho, era tal mi fanatismo que tenía tres categorías registradas: los parientes por parte de mi papá, los de mi mamá y los amigos que se iban incorporando a las reuniones semanales en la casa.

En la primera categoría tenía a mi tío Lorenzo como Paul, mi tío Armando como Ringo, mi tío Héctor como George y mi padre como Lennon; me parecía algo completamente fantástico el que mi padre pudiera ser un Beatle y que mi abuela tuviera como concepto de familia un cuarteto. Mi familia era el retrato mismo de la contraportada del Lady Madona y el Let it be: cuatro barbones vestidos de negro y de frente ante la vida. Ellos eran para mí el vivo ejemplo de que los artistas no se hacen con los discos… Se viven, se sangran, se llevan en la carne.

Nada me parecía tan acertado -hablando en términos de la influencia del destino- como el hecho de que mis abuelos hubieran perdido un hijo… Años después, cuando valoré el sentido de una vida intenté quitarme el remordimiento de la mente y pensé que aquel pequeño, bien pudo haber ocupado el lugar de Billy Preston a quien tuvieron a bien nombrar el quinto Beatle, misma situación que yo apliqué con el que pudo haber sido mi tío Carlos…

En el caso de mis tíos maternos la cuestión se complicaba; eran seis entre los que tenía que escoger (aquí mi tía Nancy no jugaba). De ahí que decidiera con el tiempo diseñar un juego mental en el que bajo un extraño sistema de random, azarosa y alternadamente se definiera entre mi tío Fernando, mi tío René y mi tío Victor quién ocuparía el lugar de Paul. Los otros casos eran muy sencillos: mi tío Rolando como George, mi tío Arturo como Ringo y mi tío Rodo como John. Con el paso de los años, los cientos de programas sintonizados a través de Universal Stereo y conforme mi estética dejó de tener como referencia lo unisex, noté que en ninguno de los casos guardaban parecido con el cuarteto Liverpool.

Lo mismo ocurría con los amigos de mi padre. Mi padrino Ziggy era más parecido a Billy Preston que a Harrison, el Chonillo había hecho casting metafísico para el Planeta de los simios, El Zaraguato le daba un aire a Clapton aunque él soñaba ser Frank Zappa y El Oso y El Gallinazo… Dejémoslo así, simple y sencillamente, vivía rodeado de estrellas de rock. De hombres de larga y rebelde cabellera; de brazos fornidos y peludos; de Topekas sucios y endurecidos; de espíritus libres y aventurero… De… perfectos cavernícolas.

No sé cómo mi madre nunca pensó en bañarlos y darles una retocadita. Por el contrario, cada 29 días, puntualmente, tomaba el teléfono y preguntaba por Leonel, aquél compañero de la Voca 8 de mi padre que dejó la escuela para dedicarse a una de las tantas profesiones que se anunciaban sobre mantas en Reforma como las actividades del futuro: “Cultor de belleza. 16 sesiones y usted será la envidia de chicos y grandes”.

Leonel Bolaños, 19 años, bien portado, cadera reducida y dedos largos. Por más que en su momento lo intentaron convencer que se incorporara al grupo de mi padre nunca quiso tocar el bajo o la guitarra. Curiosamente desde la secundaria en el Don Bosco sintió un llamado por las manualidades. De hecho, cuando vivíamos en la Obrera, solía buscar a mi mamá para que lo acompañara al centro a buscar capullos de papel maché y rollos para macramé. Mi madre encantada tomaba su bolsa y le pedía pasar primero a La Parisina. En uno de esos tantos viajes se armó de valor y decidió anotarse con Leonel a unos de esos cursos. Juntos terminaron “su carrera”. Ambos hacían competencia tomando como conejillos de Indias a los amigos. No obstante, Leonel ganó más experiencia; corría el año de 1975, mi padre contaba con 21 años, tenía tres hijos, trabajaba en el Plan Nacional Hidráulico a la par que estudiaba la carrera de Ingeniería en la UNAM, ensayaba por las noches, su banda se llamaba Los Few Mother y soñaba con sonar a los Yardbirds.

Como ustedes comprenderán, mi madre tenía todas las de perder, su día entre 4 paredes se limitaba a preparar la comida, educar a 3 hijos y dos hermanos, ayudar a transcribir apuntes, realizar tareas, fanatear en los conciertos y de vez en cuando, despuntar las vastas cabelleras de los miembros de la banda y uno que otro “artista” invitado a las toquines de los viernes.

Toda una vida de ensueño, quizá de ahí la identificación de todos con Led Zeppelín, “La última banda de heavy metal” como solía decir mi tío Chiro. Imaginen nada más: nueve discos en tan sólo 11 años de existencia; su primer disco lo grabaron en una sola sesión de no menos de 30 horas en 1968 y emplearon a sugerencia de Keith Moon, baterista de The Who, el nombre que los llevara a perder más de $800,000 dólares cuando en 1970 un miembro de la familia aristócrata von Zeppelin los demandó por abuso del apellido real. Pese a todas sus tragedias, siempre estuvieron rodeados de pequeños y geniales aciertos. Sus discos mantuvieron más de dos éxitos en el Top Ten tanto de Europa como en América; su segundo álbum, Led Zeppelin II, fue un verdadero fenómeno, llevaba más de 400,000 pedidos en Norteamérica cuando todavía no se lanzaba al mercado. Cuando se editó en 1969, el primer día, había vendido más de cinco millones de dólares y se mantuvo durante dos años y medio en el Top 40 en Estados Unidos. Whole Lotta Love sigue siendo el tema con el que se les rinde culto y de vez en cuando se les invoca.



Por cierto, a mi madre les caían gordos; no soportaba que en el clóset de su cuarto mi padre tuviera el póster de los cuatro (Plant a la izquierda mirando hacia la nada, con la camisa desabrochada, chamarra negra de piel muy a la tamulipeca; Bonham semi oculto en su chamarra cazadora con estola incluida; Page al centro envuelto en su gabardina, su chaleco de rombos y gorra pescadora; Jones con su piporra miel y su pierna flexionada y recargada en una barda de madera; todos ellos cubiertos de bolas de pelo o lo que podrían ser roídas barbas y cabelleras leonescas). Su imagen, en lo particular, me cautivaba. Su temple primitivo y salvaje; la distribución y repartición era casi mística y simbólica: Plant completamente aislado de los tres; Bonham sin figurar, como si estuviera profetizando su muerte, la única diferencia es que aquí no representaba una angustiosa asfixia provocada por su propio vómito; por el contrario, miraba sonriente a Jones quien con sus brazos cerrados negaba la posibilidad de todo diálogo y Plant, mirando al centro con ingenuidad, siempre humilde como aquel invierno de 1984 en el que fue invitado a suplir a Clapton en los Yardbird y prefirió seguir tocando con Tom Jones It’s No Unusual.

Leonel era fabuloso, no importaba la edad, el sexo o corriente musical que profesaras, siempre tenía tema de conversación para uno. En lo particular disfrutaba sus sesiones narrativas, la forma en la que pronunciaba los últimos fonemas antes de hacer una pausa me hacían sentir cosquillas en el ombligo. No sé por qué el ombligo, pero era una extraña y metafísica afección desde pequeño. Yo solía atribuírsela a la emoción, a la adrenalina que solía recorrer mi cuerpo cada vez que pasaba el peine y la tijera por detrás de mis orejas. Algo similar ocurría cuando me hablaba, cuando me pregunta “¿Como siempre?” y yo, con la seguridad de aquél que conquista tierra ajena no hacia más que responder con un rotundo “Sí”.

Adoraba sus historias, en particular aquella en la que intentaba justificar el sentido histórico de su “humilde” profesión. La postura que tomaba para esto era decisiva y entusiasta: recargaba su mano izquierda en la cintura y la derecha la oscilaba con una suavidad casi profética; siempre me daba la impresión que al terminar la gente respondería con un acentuado “Así sea”, pero nunca fue así, por el contrario, todos bajaban la mirada y seguían leyendo las revistas que solía dejar frente a un aparador lleno de pelucas y bisoñés.

Recuerdo bien su rostro cuando empezaba diciendo: “En la antigüedad, el cabello revestía una gran importancia y era considerado un atributo de belleza, de posición social y aún de virilidad. Hoy la gente ya no piensa en esas cosas; por el contrario, todos están obsesionados por verse iguales, por no ser nadie, por pasar desapercibidos. Yo no sé qué les picó que creen que da lo mismo ser hombres que mujeres, griegos que polacos, bonitos que unos mugres antropoides”.
“En cambio, entre los pueblos antiguos, China e India sobresalieron por el cuidado cosmético que dispensaron a sus cabelleras”. Y así solía contarme horas enteras de remedios y menjurjes; de cortes en uso y en desuso; de cómo las técnicas variaban entre las culturas y de por qué era importante reivindicar su profesión.

Es más, cuidado de aquel que le dijera “peluquero de oficio” por que la sesión de estética comenzaba con una larga y profunda inhalación de aire, tanto como para comprimir vísceras y bilis de un impulso casi primitivo y un soltar de golpe el peso mismo de la historia.

“Ahí va el desenglobado”, decía mi madre cuando escuchaba la narración decir: “la primera descripción conocida de un remedio para la calvicie procede de la India y se encuentra en el libro Rig Veda, que tiene aproximadamente 3,000 años de antigüedad. La cultura egipcia, por su parte, nos ha permitido seguir los pasos de su refinamiento, entre otras cosas, por los tocados de sus emperadores; por las costumbres de las clases superiores y del pueblo mismo, referidas a los distintos cortes de pelo, tocados, pelucas y cosméticos para el cabello. En Grecia, el comercio de los cosméticos capilares adquirió su mayor expansión cuando Alejandro Magno, como consecuencia de sus conquistas en Oriente, trajo consigo toda clase de recetas mágicas, tanto para curar la caída del cabello, como para teñirlo y aún imprimir nuevas formas al peinado.

Es tal el interés que produce que el mismo Hipócrates, el médico que sufriera de calvicie, diera nombre a la enfermedad (calvicie hipocrática); por cierto, en uno de sus libros de medicina, dejó escritas recetas para detener la caída del cabello. Más tarde, la ciudad de Tiro, puerto comercial fenicio ocupado por Grecia, adquirió gran prosperidad a causa de una famosa tintura, todavía hoy conocida como púrpura tiria. Los habitantes de Tiro, expertos en Khemeia (de donde deriva la palabra alquimia) habían desarrollado una fórmula secreta para obtener un colorante rojizo-purpúreo a partir de un marisco de sus costas. Esa tintura se utilizaba, frecuentemente, en el cabello. Las mujeres griegas y romanas conseguían que sus cabellos imitaran los rayos del sol pero, a costa de verdaderos estragos en el pelo.

Los productos que se importaban de Oriente, no eran para nada confiables y, en muchos casos, se suponía que correspondían a recetas transmitidas por los dioses. Tal fue el daño, que entonces nació el uso obligado de las pelucas que, por cierto, no se limitaron a imitar cabelleras naturales, sino que con ellas se daba rienda suelta a la imaginación, elaborando peinados fantasiosos que podían representar desde el amor a la guerra. René Rambaud, en su libro Les Fugitives, nos relata la existencia de una alta especialización en el cuidado del cabello, especialmente por parte de las esclavas. Existían jóvenes que daban los toques finales a cada peinado y eran llamadas, psecas; quienes confeccionaban los gruesos peinados eran las cosmetas; las aplicadoras de tintura eran las calamistas y, por último, las ayudantes, que manipulaban las tenacillas y las mantenían calientes eran conocidas como cinerarias. Como pueden ver –remarcaba Leonel, como si pintara un círculo en el aire con sus uñas postizas perfectamente pintadas- esta actitud profesionalizada demostraba el alto interés de los griegos por el pelo”.

“Una vez que el mundo conocido fue conquistado por Roma y sus legiones ganaban batallas; sus legisladores organizaban la vida social y sus generales y patricios propagaban el lujo y la moda; alguien habría podido decir que el mundo se peinaba como los romanos. Pierre Grimal, en su libro La vie a Rome dans l'antiguité (eso sí, en un tono afrancesado tan mamón que no se le entendía nada), asegura que en los primeros tiempos, los cabellos se trataban con naturalidad dividiendo la cabellera en dos y elaborando seis trenzas que se enrollaban alrededor de la cabeza y se sujetaban con cintas. Al formarse el imperio y tener acceso a los cosméticos elaborados en las tierras conquistadas, la atención del rostro y la cabellera fue en aumento y tuvo gran aceptación un producto traído de Egipto para decolorar y conocido como Hené. El escritor latino Apuleyo, quien vivió hacia el Siglo I de nuestra era, escribió: ‘Existe algo más fascinante que los cabellos con ricos matices, con reflejos centelleantes que deslumbran la mirada, unos por su amarillo más puro que el oro, otros, por el negro del ala del cuervo’. El furor del cabello rubio en Roma fue una constante histórica que llega hasta el Renacimiento”.

“En el Renacimiento –toma una pausa y un sorbo de su tradicional Jarrito de fresa-, particularmente en Florencia y Venecia, el cabello rubio constituyó una obsesión. En un curioso libro del Siglo XVI, Degli habiti antiche e moderne (Sobre las Costumbres Antiguas y Modernas –traduce al español por si alguno de nosotros no entendía de qué estaba hablando-) del escritor César Cecellio (primo del pintor Tiziano), se encuentra escrito: ‘Por lo general, los tejados de las casas de Venecia están coronados con pequeñas construcciones de madera completamente descubiertas. Allí es donde las venecianas están frecuentemente... con los cabellos expuestos al sol, durante días enteros, procurando aumentar sus encantos... Durante las horas en que el sol envía sus rayos más ardientes, suben a las pequeñas logias... se mojan varias veces el cabello con una esponja empapada con una mixtura compuesta por aloe, azufre negro y miel. Cuando el sol seca sus cabelleras, vuelven a empaparlas con la mixtura...”

“En la Edad Media –prosigue, haciendo un tono de voz más grave, como si su locución fuera a transmitirse por Radio UNAM- el mundo había caído en el oscurantismo. Los antiguos imperios de Occidente habían desaparecido y con ellos la civilización greco-romana. Marañón, en su texto Vida e Historia, refiere que: ‘un aspecto interesante del problema del cabello es que, por su alto sentido sexual, llegó a convertirse, en épocas de rigor moralista, en uno de los símbolos del pecado’. Y añade que, entre los moralistas de los Siglos XV a XVII, se habían encontrado curiosas sitas de condenación al cabello largo. Cuidar el cabello equivalía, según ellos: ‘a criar serpientes que habían de desarrollarse en el alma y perderla.’ Mucho antes del Siglo XV, San Clemente de Alejandría, refiriéndose a las pelucas, afirmaba que: ‘...los cabellos postizos equivocaban la bendición de los sacerdotes al aplicarse sobre cabellos muertos, arrancados a otra persona, y no saber adonde posarse la bendición.”

“El teólogo Tertuliano arremetió contra la tintura, afirmando que era: ‘símbolo y presagio de quien tal hace conocerá las llamas del infierno.’ El mismísimo Archipreste de Hita se alzó contra tales cuidados y aconsejaba: ‘Busca mujer de talla, de cabeza pequeña y cabellos amarillos que no sean teñidos de albeña.’ La palabra albeña es la traducción al español de la palabra egipcia Henné (Hena) que se utilizaba como tintura –decía como si nos citara notas de pie de página. En esa época, los barberos no se conformaban con aplicarse a los cuidados del cabello. Su actividad abarcó desde la fabricación de fórmulas hasta el encantamiento, pasando por las curas generalizadas de todo el cuerpo.

Con el correr del tiempo, esto produjo un choque inevitable con la medicina y derivó en un pleito que duró por un siglo, hasta que los barberos fueron obligados a ocuparse solamente del cabello. Posiblemente como resultado de esta polémica, los médicos se retiraron totalmente del análisis y consideración de los problemas capilares, lo que derivó en un atraso enorme, que perduró por siglos. Y así quedó el cabello abandonado a charlatanes y magos. Interesante, para la importancia de los barberos y su dualidad entre la medicina y la estética, resulta lo que escribió Marañón en el ya mencionado, Vida e Historia, sobre la campaña de Túnez, llevada a cabo por Don Juan de Austria.

En ella se afirmaba que existía entre las tropas un estado mayor médico compuesto por ‘cuatro protomédicos, veinticinco cirujanos, quince barberos y cuatro boticarios.’ Pero el cabello, aunque perdió varios siglos, volvió a recobrar todo su prestigio y hoy se ha ganado la atención tanto de los esteticistas, como de los médicos y de los grandes laboratorios de fama mundial. El científico al que le tocó abrirle las puertas de la medicina al maltratado cabello, fue el Dr. Sabouraud, un médico del hospital parisino de San Luis. A él le debemos el renovado interés que la medicina manifiesta en nuestros días”.

Así concluía, con un prolongado y devastador “ya dije”. Me impresionaba la retentiva y le nemotecnia que reinaba en su interior. Nunca en mi vida había escuchado a una persona que pudiera mencionar tantos nombres, tantas citas, tantos textos con tal precisión cronológica en el lapso de dos tintes, 1 corte y 1 manicure. Con el tiempo supe que justo lograba dicha coherencia narrativa porque solía asociar a cada objeto de su barbería un momento, un personaje y un libro. No quiero pensar qué hubiera pasado si alguien hubiese quitado de su sitio algún champú, unas tenazas, una secadora o la espuma de afeitar.

Sin duda, Leonel era asombroso, además era el único que tenía el valor civil para decirle a mi padre que Led Zeppelin no eran más que un conjunto de estruendosos aborígenes dispuestos, incluso, a invocar al diablo por un poco de fama, unas gruppies y uno que otro éxito en la historia del rock ‘n’ roll.

El día que dijo eso sentí en mi cuerpo el destello de la revelación. Un hombre contradiciendo la sabiduría de mi padre con cinco líneas y dejando en claro con una sinceridad devastadora, que el mundo no era como me lo habían pintado: roqueros disfrazados de conejos, pilotos ni morsas. El mundo de la música era mucho más que eso: había buenos y malos. Santos y demonios. ¡Guau! ¡Demonios en el mundo del rock!




Esa tarde llegamos a la casa y corrí a la sala a buscar el cuarto disco de Led Zeppelin. No podía creer que aquella portada ingenua de un muro derruido sosteniendo la fotografía de un hombre cargando una paca de madera sobre los hombros pudiera albergar en su interior la imagen de una montaña y un monje sobre ella que al reflejarse en un espejo proyectara el busto de un perro –cancerbero quizá. Un perro negro pensé cuando lo vi. Cuál fue mi asombro cuando vi que ese era el mismo nombre que llevaba uno de los tracks más exitosos que contenía el acetato. ¡Vaya sorpresa la mía! Corrí al cuarto de mi padre, abrí su clóset y pegué el disco al espejo de medio cuerpo que se encontraba en su interior. Mi padre estaba más sorprendido por mi reacción que por lo que vimos. Me tomó de los hombros y me dijo: “Lo que acabas de ver será un secreto entre los dos. No se lo vayas a decir a tu mamá porque nos mata. Imagínate lo que sería de ti y de mí, si se entera que el demonio está entre nosotros”. Así cerramos nuestro pacto… así acabaron los días de inocencia. Un mundo nuevo se abría ante mis ojos: mentiras, satanismo y rock ‘n’ roll. ¿Qué más podría pedir un niño de 7 años para alimentar su imaginación? Nada o ¿sí?

Tony Wilson de la Melody Maker, escribió que en el año de 1969, le pidieron que dijera el nombre de dos bandas que ese año seguramente la harían. Su primera opción fue Led Zeppelin, era obvio que un gran éxito se aproximaba a la trayectoria de esos jóvenes espantaburgueses.




Su segunda elección fue Yes; de ellos se expresó como un grupo que proyectaba vida, virilidad y virtuosismo. Su musicalidad era superior a cualquier sonido amplificado en cualquier discoteca de Londres. La armonía de la voz de John Anderson, la naturalidad de las vibraciones de Bill Bruford, los arreglos de Tony Kaye y la suavidad melódica de las guitarras de Peter Banks, parecían no encajar ni en el jazz ni en escandalosa energía que desprendía el rock de aquellos días.
Su imagen desaliñada y afeminada, el furor hippie de sus camisas, chalecos, collares de cuentas y grandes cinturones remarcando la cintura en esos ajustados pantalones frente a un mausoleo no eran lo que cualquier madre hubiera pensado para un hijo; pero me encantó.

La melancolía con que interpretaban I see you de David Crosby y la brutalidad de Every little thing de Lennon y McCartney fueron determinantes para marcar los siguientes años de mi formación. Todo tenía que estar revestido de psicodelia y espiritualidad a la occidente. Era como si en el mundo no hubiera lugar para los malos músicos.

El sentir progresivo de sus melodías, la voz acuosa, aguda y siempre en lamento de Anderson no era otra cosa más que un recuerdo de los buenos días que pasé con Simon y Garfunkel. Además, Yes tenía algo que carecieron muchos de los grupos de la época y eso se llama historia. Bastaba ver el árbol genealógico del que se desprendían todos sus integrantes: The Warriors, The Syndictas, Syn, The in crowd, Marbel greer’s toy shop, Tomorrow, Bodast, The Strawbs, King Crimson, The Crazy world of Arthur Brown, The Nice, Atomic rooster, Genesis, Refugee, Emerson, Lake and Palmer, The Moody blues, UK, League of gentlemen, Asia, Vangelis, GTR, Moraz, Earthworks y Three.

Su rotación de personal fue, quizá, una gran clave para su éxito; aunque muchos no auguraban tal debido al racionalismo que se sentía en su primer álbum firmado con Atlantic Records en 1969: Yes.

A muchos les sonaba oscuro y autocomplaciente, a mí sin embrago, me llevó e percibir en ellos un aire mítico y aventurero como el que después reflejara Roger Dean en sus portadas.

Su segundo disco Time and a word de 1970, y la salida de Banks para dar pie a Steve Howe, fue importantísima para definir mucho de la fuerza del sonido de sus guitarras. The Yes album de 1971 fue sin duda el parte aguas de su trabajo musical; por primera vez se colaban en el Top 10 inglés y en el 40 en Norteamérica. El desencanto de la fama llevó a Kaye a abandonar el grupo y permitió la incorporación de Rick Wakeman quien dio una nueva dimensión a la banda y sobre todo, al disco Fragil con el que llegaron rápidamente a ocupar el 5 lugar de popularidad en Estados Unidos.

La época de los grandes tours había llegado; eso, más el sencillo “Roundabout” y el arte conceptual, fueron los grandes ganchos que los anclaron con la masa.




1972 dio la bienvenida a Close to the Edge y la salida de Bruford para irse con King Crimson. Alan White, baterista de Plastic Ono Band fue un gran apoyo moral en aquéllos días en que todos los grupos del mundo soñaban con lanzar un disco doble; Yes se dio el lujo de emitir uno triple: Yessongs.

1973, fue el año de los solistas, los egos y los talentos individuales. Wakeman nos ofreció The six wives of Henry VIII, Journey to the centre of the Earth, The myths and legends of King Arthur and the Knights of the Round Table. Anderson colaboró con Vangelis, y logró colocar en el Top 10 su Olias of sunhillow, como lo hicieran Squire, Howe y Patrick Moraz -quien se les uniera para crear The Tales from topographic ocean’s en 1974.

Su afición por la lectura de los clásicos los llevó a crear Relayer, donde intentaron adaptar musicalmente la Guerra y la Paz de Tolstoi.

El sentido comercial empezó a preocuparles y es muy notorio en Going for the one de 1976 y Tormato de 1978.
Los ochenta y la fiebre del New wave anunciaba la caída de los grandes monstruos. Apoyados en el éxito de Geoff Downes y su Video killed the radio star, los lleva a estructurar una obra inconsistente musicalmente pero muy pegajoso a nivel
comercial: Drama.

Owners of a lonely heart fue el hit que los regresó a los escenarios y que los sostuvo económicamente hasta la salida de Big generator en 1987.

Finalmente los noventa los reunieron ya no como Yes sino como Anderson, Bruford, Wakeman and Howe y posteriormente la reunión de casi todo el clan Yes en una sola agrupación musical.

Sea cual sea su alineación, Yes me mostró la magia del terciopelo, la chaquira y el cuero bien curtido. Su musicalidad estaba asociada con la genialidad, con las lecturas abundantes y las más de ocho horas de ensayos diarios de cada uno de sus integrantes. Había escuela, rigor, disciplina, academia en sus composiciones. Cada una de sus canciones de más de 9 minutos, eran sinónimo espíritu artístico. Ya no bastaba tomar una guitarra y sacar el círculo de “Do” como en la película de Vaselina. La intelectualidad había llegado a la escena musical y había llegado para quedarse, como lo hicieran Janis Joplin, Jim Morrison y Bob Dylan.

Ese era el impulso que yo necesitaba; ritmo que me invitara a leer a Herman Hess y Gabriel García Márquez. Mi padre llegó esa tarde con Juan Salvador Gaviota y dijo que era el libro con el que yo tenía que iniciarme si es que quería empezar a volar alto. Muy probablemente las referencias platónicas y la filosofía de bolsillo que lo revestían fue lo que lo llevó a creer que cambiaría el rumbo de mis días. Y no puedo negarlo, sí que causó efectos sobre mí. Ahora se me antojaba leer todo lo que estuviera a mi alcance, era algo así como la mezcla energética y romántica de “Looking around”; imaginen a Gilgamesh bajando al mundo de los muertos buscando la planta que devolverá la vida a su mejor amigo, ese era yo escuchando “Harold Land”.

Todo tenía ese matiz épico, esos caballos corriendo por los desiertos y los paisajes misteriosos de su portadas. Yes era cuentos de hadas y los amigos de mi papá ensayando todo el fin de semana para sacar una sola de sus canciones.

Las reuniones de los viernes, ahora tenían que ver con la literatura, se reunían a leer textos de Blake, Snyder y Rimbaud, les dio por escuchar a Pablo Milanés, Serrat y Joan Baez; querían hacer poesía musical según ellos; algo que elevara las conciencias con las líricas y el alma con la música. Hoy nos suena cursi, pero en aquellos días, tener un tema en tres movimientos como “Starship Trooper”, o “Close to the Edge”, podría haberlos hecho sentir grandes. Ya en alguna ocasión mi tío Sergio, queriendo hacer alarde de virtuosismo tocó un solo de una hora para “Light my fire”. Cuenta la leyenda, que todos se fueron a cenar, por unas cervezas y regresaron y él, seguía tocando. Los dedos le sangraban, la gente estafa eufórica o más bien hipnotizada, qué otra cosa puede ocurrir después de una hora de escuchar el mismo mantra. Estaban locos por sonar largo y tendido como “In a gada da vida”, pero orquestalmente como “Long distance runaround”.

Ya Lucía Mendez los había invitado a tocar en sus quince años ahí en la Alamos, pero dudo que hubiera sido en esos días, pues lo único que hubieran provocado es que dejara loco a alguno de los que andaba viajando en ácido o que los corrieran por aburridos. La gente quería agresividad, euforia y locura desbordante, querían la alegría de los metales de Blood, Sweat and Tears, la simpatía de Clapton, Winwood y Baker y su Blind Faith, querían algo contestatario como Buffalo Springfield o Canned Heat, pero no tan desquiciado como Captain Beffheart, Frank Zappa o el Floyd de Syd Barret.

Pero estuvo, bien; de no ser por ese afán clasicista, jamás hubieran entrado al conservatorio a aprender algún instrumento formal. Mi padrino Chucho que era un virtuoso de la guitarra optó por el violín, el Oso, la guitarra clásica, el Gallinazo el Sax, mi padre la flauta transversal, y Chazán la trompeta. Ahora sí, ya podrían tocar largas piezas de Santana o imitar, incluso, a Jethro Tull.


domingo, noviembre 19, 2006 

Segunda entrega. Capítulo II

II
Hello Goodbye




Que difícil se vuelve contar una historia si no se mencionan detalles importantes como el tamaño de las manos, la finura de unos ojos, lo bien boleados que llevaban los zapatos o lo sonriente que solía salir en las fotografías el personaje principal. A mí también me cuesta trabajo buscar el detalle de distinción; no sé bien si eran sus trajes rectos negros, sus camisas blancas bien almidonadas o el cabello ligeramente amelenado batido suavemente por el viento; no sé si era su actitud rebelde o la manera en que cruzaban sus manos cuando jugaban a posar para una gran portada de revista. Lo que me queda claro es que todo aquello era un mundo de fantasía: mi tío Armando jugando con los platillos y golpeando a contratiempo el pandero, mi padrino Chucho sacando de oído a la primera los acordes de “House of the rising sun”, el Chazán vendiendo su colchón para comprarle cuerdas a su guitarra, mi tío Héctor “El cabezón” comiendo hasta reventar el pozole que hizo esa tarde mi madre y mi padre corriendo en los pasillos de la Voca 8 gritando de emoción que acababa de lanzarse al mercado el Sargent Pepper de los Beatles.


El disco es una secuencia infinita de experimentos sonoros; había mística y misterio en cada uno de sus extremos. El espíritu invocado e ilustrado de Sri Yukteswar Giri, Aleister Crowley, Karlheinz Stockhausen, Carl G. Jung, Edgar Allan Poe, Fred Astaire, Aldous Huxley, Dylan Thomas, Tony Curtis, Mae West, William Burroughs, Sri Mahavatara Babaji, Stan Laurel, Oliver Hardy, Karl Marx, Sri Paramahansa Yogananda, Marlon Brando, Oscar Wilde, Stephen Crane, Lewis Carroll, Shirley Temple, Albert Einstein, Marlene Dietrich, y Mohandas Karamchand Ghandi, entre otros, llenaba de magia, pasión, inocencia y ocultismo cada una de las trece melodías que pretendían describir la soledad que experimentan los miembros del Club del Sargento Pimienta.

La tarde que llegó mi padre con el disco toda actividad se suspendió en la casa. Mi madre preparó una jarra de tejuino, tostadas plazeras y hubo silencio los primeros minutos. El ritual había comenzado, todos sentados en el centro de la sala habían pasado con cuidado el acetato y observado con la emoción con que se espera en la vida la llegada de un hermano o que la novia se desvista para hacer el amor.




El cielo azul, las fotografías en blanco y negro, unas más cabezonas que otras, su distribución a manera fotografía de graduación y el color chillante de los trajes de un cuarteto que visionario ve al frente como quien contempla el futuro y a su lado, las cuatro figuras de cera simbólicamente soportando el dolor con el boxeador Sonny Liston como su sparring. Aquella caligrafía floral estaba inscrita de sangre ritual.

Mi padre despojó el celofán del acetato mientras mi madre desde la cocina gritaba: “Cómo la hacen de emoción”. Así, cumpliendo con hombría a sus obligaciones, lo colocó en la tornamesa. Los primeros acordes de “Sgt. Pepper’s loneyl hearts club” se escucharon con eco ante el silencio de la casa.



Mientras fluía la verdad que sólo se revela a los profetas e iniciados, uno a uno se fueron tirando al piso. El tirol que se desprendía del techo absorbió sus recuerdos y cada una de las imágenes que se creaban ante “Lucy in the sky with diamonds”, “Fixing a Hole”, “She’s leaving home”, “When I’m sixty-four”, “Loveley Rita” y “A day in the life”. El disco lo repitieron hasta rayarlo. Las tostadas se habían hecho aguadas sin haber sido probadas, los hielos del tejuino se derritieron en su totalidad y mi madre se durmió en el sillón a la tercera vuelta.

Éxtasis y revelación son las palabras que describen el momento, algo así a lo que experimentó Lennon cuando conoció a Yoko Ono en una galería de arte moderno en Nueva York donde se exponían cuadros minimalistas.

Después de quince minutos de silencio tras la doceava puesta, el Chazán rompió el hielo; se enderezó un poco, pegó sus rodillas al pecho, se rascó la cabeza y comentó: “Está pocamadre y si lo volvemos a oír”. Y así les llegó la noche y la madrugada. El disco entero contenía en una extensa y apabullante sinfonía el sentir de su generación: psicodelia, magia, esoterismo, literatura, oscuridad, rebeldía, artistas pop, gurús de segunda mano, orientalismo y mucho, pero mucho rock and roll.

Esa tarde mi padre recordó con nostalgia los días en que mi abuelo Lorenzo le enviaba desde Mexicali aquellas pelucas Mod, los trajes negros sin solapa y cuello Mao y las cuerdas para su bajo Gibson.

En casa nunca faltó un recuerdo Beatle; había muñecos de porcelana con cabezas bailables y movibles soportadas por un resorte; camisetas con la portada del Revolver, tazas con el nombre de cada uno de los integrantes y posters por toda la casa.

En las fiestas, mi tío Héctor y mi padre eran la sensación, bailaban cada una de las canciones de sus discos como si fuera el fin del mundo y ellos tuvieran que hacer un ritual vudú para impedirlo.

Mi abuelo les consintió cada uno de sus caprichos musicales, los cambios de ropa, los ensayos en la sala de la casa, las visitas inesperadas que eran recibidas en el garage como si estuvieran grabando el “Let it be” y las decenas de cortes de pelo. Lo usaron corto, lo usaron largo, con bigotes a la western, las patillas a lo Gabilondo Soler, los flequillos alborotados, las melenas de príncipe valiente y al final, la irreverencia: revolucionario como Jesucristo y las barbas enarboladas de sabiduría como rabinos.

Todas sus etapas estéticas estaban en esa portada; desde la algarabía Mod y la ingenua impertinencia estudiantil hasta la desparpajada y herética desilusión postexistencialista, muy a la beat, muy a la americana.

El trabajo visual de Peter Blake, Jann Haworth, Madame Tussauds y Michael Cooper sólo podía estar ahí, en un álbum asquerosamente bello y conceptual; en un disco en el que se desbordaba la curiosidad y la búsqueda por hacer algo completamente diferente. Era revolucionario, distorsionado, pesado, ecualizado, único y concreto. 700 horas se necesitaron para su grabación mientras que el primer sencillo de los Beatles, “Please Please Me”, se había grabado en tan sólo 585 minutos. Era obvio que estaban ante un disco que cambiaría la historia de la música. Cada micrófono colocado en los metales, campanas y violines; los audífonos convertidos en micrófonos para captar los instrumentos de cuerda; los ecos en las vocales y sacados a través de las bocinas Leslie de un órgano Hammond; osciladores, velocidades alteradas, coros alternados de cinta cortada y puesta al revés junto con los acordes finales de “A day in the life” formando un groove hipnótico e infinito.





Sin lugar a dudas, la vida cambia después de “Being for the benefit of Mr. Kite!”. Nadie puede ser el mismo tras aquellos pasajes iniciáticos legados tras 129 días de creatividad y alucinación.

No puedo negarlo, desde aquel día, los Beatles estuvieron en casa llenando cada segundo de mi vida. Estaban en la cocina, en la sopa de letras que preparaba mi madre, en el tapete del baño, en las calcomanías pegadas en los clósets, en la parrilla del Volks Wagon, en las tocadas de los viernes, en los reventones de la Álamos, en las canchas de fut del Don Bosco, en Radio Capital, en la primera salida de mis padres, en su viaje a Avandaro y los eternos minutos que tuvieron que caminar entre hippitecas y desnudos, en la carta que escribiera mi padre a mi abuelo para anunciarle el embarazo de mi madre, en el abandono de casa de mi abuela, en mi nacimiento en una casa de monjas en la San Miguel Chapultepec, en el bambineto que colocaban en el maletero, en las noches en vela que pasó mi padre para terminar la prepa y la carrera, en mis primeros pasos en la casa de mi tío Bonny en la Narvarte, en mis primeras palabras donde lo único, que dice mi madre que se me entendió: fue “yeah, yeah”.

Todo en esta vida puede ser ilustrado por una canción de los Beatles. No hay infante que no aprendiera el abecedario con la versión de “Leatter B” (“Let it be”) de Plaza Sésamo o adolescente que no se sintiera maldito escuchando “Helter Skelter”.
A la fecha mi madre espera cumplir sesenta y cuatro años para recibir su tarjeta de felicitación y una botella de vino; todavía se pregunta si será querida y atendida o si tejerá una bufanda junto a la chimenea, misma que emplearan mis padres en sus paseos dominicales. La vida entera podría ir del “From me to you” al “We can work it out”.




El bien, el mal; el día, la noche; el amor, la decepción; los viajes, la soledad; la frivolidad, la voz de la experiencia; todo está en sus diecisiete discos de estudio y sus cientos de grabaciones piratas. Ellos son quizá el soundtrack de mi vida y yo quizá, la canción que les faltó escribir.

La tarde que descubrí que el mundo no había sido ganado por los buenos, también busqué señales del demonio en los discos de los Beatles. Era extraño, según nos mostraron años después en un video transmitido en el salón de civismo del Colegio Cristóbal Colón y realizado por los Hermanos Maristas en Bostón, en la canción “Number 9” una misa negra se podría percibir sin necesidad de artimañas de laboratorio. Yo esa tarde, sólo vi dibujos animados, a Lennon vestido de blanco seguido de Ringo en traje negro, McCartney descalzo y fumando y Harrison totalmente de mezclilla. No encontré al diablo en Abbey Road, en el submarino amarillo, ni en lo más blanco de lo blanco del White Album. Sin embargo, sí que lo estaba en el Let it Bleed, Their Satanic Majesties Request, en el Goat’s Head Soup, en “Paint it Black, y en “Sympathy for the devil” de los Rolling Stones. Ya decía que ser el lado opuesto de los Beatles tenía su truco oculto y miren dónde lo vine a descubrir.

jueves, febrero 23, 2006 

Track list, Cuarta emisión viernes 17 de febrero

Tema Central: El Folk rock (1965 – 1970)

1. The Byrds, Mr Tambourine man
2. The Mamas and the Papas, California Dreaming
3. Neil Young, Sugar Mountain



Primer Corte comercial

Eclecticida Nociones básicas de estética musical para los que piensan que las peluquerías no pueden ser unisex.

4. Ed Harcourt, Something to live for, Strangers (2004)
5. Beth Orton, Central Reservation, Central Reservation (1999)

Ed Harcourt
Edward Harcourt-Smith, 14 August 1977, East Sussex, England. This prolific singer-songwriter made his debut in 2000 with the acclaimed six-track mini-album, Maplewood, on which he played every instrument except trumpet. Harcourt, the son of a diplomat father, embarked on his solo music career by ensconcing himself in his grandmother's house in his native Sussex, where he completed over 300 songs. The venture was funded by his work as a restaurant chef, while his mastery of several instruments arose from several years playing in local bands. Maplewood, written, produced and mixed on a four-track by Harcourt, was released in its raw demo form by an impressed Heavenly Records. Harcourt's eclectic style was underpinned by his beguiling melodicism and languid vocals. He subsequently began work on his full-length debut, the excellent Here Be Monsters, with Mercury Rev and Flaming Lips collaborator Dave Fridmann and Tim Holmes of Death In Vegas. The follow-up From Every Sphere was another fine collection, confirming Harcourt as one of the UK's most promising songwriting talents.

DISCOGRAPHY: Maplewood mini-album (Heavenly 2000)***, Here Be Monsters (Heavenly/Capitol 2001)****, From Every Sphere (Heavenly/Astralwerks 2003)***, Strangers (Heavenly 2004)***.

Beth Orton
Singer/songwriter Beth Orton combined the passionate beauty of the acoustic folk tradition with the electronic beats of trip-hop to create a fresh, distinct fusion of roots and rhythm. Born in Norwich, England in December 1970, Orton debuted as one half of the duo Spill, a one-off project with William Orbit which released a cover of John Martyn's "Don't Wanna Know About Evil." She continued working with Orbit on his 1993 LP Strange Cargo 3, co-writing and singing the track "Water From a Vine Leaf" before appearing with the group Red Snapper on their first singles "Snapper" and "In Deep." In 1995 Orton teamed with the Chemical Brothers for "Alive: Alone," the ultimate track on their Exit Planet Dust LP. After assembling a backing band comprised of double bassist Ali Friend, guitarist Ted Barnes, keyboardist Lee Spencer and drummer Wildcat Will, she finally issued her 1996 debut EP She Cries Your Name; her stunning full-length bow Trailer Park, produced in part by Andrew Weatherall, followed later in the year. In 1997, Orton released the superb Best Bit EP, a move towards a more organic, soulful sound highlighted by a pair of duets with folk-jazz legend Terry Callier; the full-length Central Reservation followed in 1999. "Stolen Car" was a moderate hit among college radio and tours across the U.S. were also successful. Three years later, Orton emerged refreshed with her third album Daybreaker. This time around, she collaborated with ex-Whiskeytown frontman Ryan Adams and the Chemical Brothers. In early 2006, Orton released her fourth album, Comfort of Strangers. The 14-song set was recorded in two weeks with producer Jim O'Rourke. ~ Jason Ankeny, All Music Guide


Segundo Corte comercial

Longitud sonora
Desiertos concéntricos como límite de la tecnología

6. Jeff Buckley, Hallelujah, Grace (1998)
7. Ryan Adams, Tennessee sucks, Demolition (2002)

Jeff Buckley
Since he was the son of cult songwriter Tim Buckley, Jeff Buckley faced more expectations and pre-conceived notions than most singer/songwriters. Perhaps it wasn't surprising that Jeff Buckley's music was related to his father's by only the thinnest of margins. Buckley's voice was grand and sweeping, which fit with the mock-operatic grandeur of his Van Morrison-meets-Led Zeppelin music.
Buckley began playing while in high school. Eventually, he moved to Los Angeles to study music; while he was there, he performed with several jazz and funk bands, as well as playing with Shinehead, a leader in the dancehall reggae movement. A few years later, he moved to New York, forming Gods & Monsters with the experimental guitarist Gary Lucas. The band became a hip name, yet their lifespan was short. Buckley began a solo career playing clubs and coffeehouses, building up a considerable following. Soon, he signed a record deal with Columbia Records, releasing the Live at Sin-e EP in November of 1993. It received good reviews, yet they didn't compare to the raves Buckley's full-length debut, 1994's Grace, received. Unlike the EP, the album was recorded with a full band, which gave the record textures that surprised some of his long-time New York followers. Nevertheless, it made several year-end "Best of 1994" lists and earned him a belated alternative hit, "Last Goodbye," in the spring of 1995.

A long hiatus followed as Buckley worked on material for his follow-up effort, provisionally titled My Sweetheart, the Drunk. Originally slated to be produced by Tom Verlaine, who later dropped out of the project, Buckley finally began work on the record in Memphis during the late spring of 1997. On the night of May 29, he and a friend traveled to the local Mud Island Harbor, where Buckley spontaneously decided to go swimming in the Mississippi River and waded into the water fully clothed. A few minutes later, he disappeared under the waves; authorities were quickly contacted, but to no avail -- on June 4, his body was finally found floating near the city's famed Beale Street area. Buckley was 30 years old. A collection of unreleased recordings, Sketches (For My Sweetheart the Drunk), appeared in 1998, and two live albums arrived during 2000-2001, Mystery White Boy and Live at L'Olympia. ~ Stephen Thomas Erlewine, All Music Guide

Ryan Adams
Mixing the heartfelt angst of a singer/songwriter with the cocky brashness of a garage rocker, Ryan Adams is at once one of the few artists to emerge from the alt-country scene to achieve mainstream commercial success, and he is the one who most strongly refused to be defined by the genre, leaping from one spot to another stylistically as he follows his increasingly prolific muse.

Ryan Adams was born in Jacksonville, NC, in 1974. While country music was a major part of his family's musical diet when he was young (he's cited Loretta Lynn, George Jones, Merle Haggard, and Johnny Cash as particular favorites), in his early teens Adams developed a taste for punk rock and he began playing electric guitar. At 15, Adams started writing songs, and a year later he formed a band called the Patty Duke Syndrome; Adams once described PDS as "an arty noise punk band," with Hüsker Dü frequently cited as a key influence and reference point. The Patty Duke Syndrome developed a following in Jacksonville, and when Adams was 19 the band relocated to the larger town of Raleigh, NC, in hopes of expanding its following. However, Adams became eager to do something more melodic that would give him a platform for his country and pop influences. In 1994, Adams left the Patty Duke Syndrome and formed Whiskeytown with guitarist Phil Wandscher and violinist Caitlin Cary. With bassist Steve Grothman and drummer Eric "Skillet" Gilmore completing the lineup, Whiskeytown (the name came from regional slang for getting drunk) released their first album, Faithless Street, on the local Mood Food label. The album won reams of critical praise in the music press, and more than one writer suggested that Whiskeytown could do for the alt-country or No Depression scene what Nirvana had done for grunge. But by the time the band signed to a major label -- the Geffen-distributed imprint Outpost Records -- the band had undergone the first in a series of major personal shakeups; and in the summer of 1997, when Whiskeytown's Outpost debut, Stranger's Almanac, was ready for release, Adams and Wandscher were the only official members of the band left. Cary soon returned, but Wandscher left shortly afterward, and Whiskeytown had a revolving-door lineup for much of the next two years, with the band's live shows become increasingly erratic, as solid performances were often followed by noisy, audience-baiting disasters. Consequently, as strong as Stranger's Almanac was, Whiskeytown never fulfilled the commercial expectations created for them by others. In 1999, the band -- which was down to Adams, Cary, and a handful of session musicians -- recorded its third and final album, Pneumonia, but when Geffen was absorbed in a merger between PolyGram and Universal, Outpost was phased out, and the album was shelved; shortly afterward, Whiskeytown quietly called it quits.


Following Whiskeytown's collapse, Adams wasted no time launching a career apart from the band, and after a few solo acoustic tours, Adams went into a Nashville studio with songwriters Gillian Welch and David Rawlings and cut his first album under his own name, Heartbreaker, which was released by pioneering "insurgent country" label Bloodshot Records in 2000. The album received critical raves, respectable sales, and a high-profile endorsement from Elton John, and Adams was signed by Universal's new Americana imprint, Lost Highway Records. Lost Highway gave Whiskeytown's Pneumonia a belated release in early 2001, and later that same year, they released his second solo set, Gold, which displayed less of a country influence in favor of classic pop and rock styles of the 1970s. In the wake of the September 11 terrorist attacks, the album's opening track, "New York, New York," was embraced by radio as an anthem of resilience (though it actually concerned a busted romance), and Adams once again found himself touted as the "next big thing."

Always a prolific songwriter, in a bit more than a year following Gold's release, Adams had written and recorded enough material for four albums; Adams opted to whittle the 60 tunes down to a 13-song collection called Demolition, which was released in 2002 as Adams went into the studio to record his official follow-up to Gold. A year later, Adams' concept album Rock N Roll was released alongside the double-EP collection Love Is Hell. Tours around the globe kept Adams busy into the next year as he maintained momentum writing songs and keeping his ever-changing presence in the music press. In May 2005, Adams released his first of three albums for Lost Highway, the melancholic double-disc Cold Roses. Jacksonville City Nights, a more classic-sounding honky tonk effort, followed in September, and 29 appeared in late December. ~ Mark Deming, All Music Guide



Tercer Corte comercial

El polígono hipertextual Trayectoria del imaginario y de lo mínimo que hay que saber de literatura

8. Counting crows, Ana Begins, Agust and every thing after, 1993
9. Indigo Girls, Don’t think twice, it’s alright,

Counting crows
With their angst-filled hybrid of Van Morrison, the Band, and R.E.M., Counting Crows became an overnight sensation in 1994. Only a year earlier, the band was a group of unknown musicians, filling in for the absent Van Morrison at the Rock & Roll Hall of Fame ceremony; they were introduced by an enthusiastic Robbie Robertson. Early in 1993, the band recorded their debut album, August & Everything After, with T-Bone Burnett; it was released in the fall. It was a dark, somber record, driven by the morose lyrics and expressive vocals of Adam Duritz; the only up-tempo song, "Mr. Jones," became their ticket to stardom. What made Counting Crows was how they were able to balance Duritz's tortured lyrics with the sound of the late '60s and early '70s; it made them one of the few alternative bands to appeal to listeners who thought that rock & roll died in 1972. Recovering the Satellites followed in 1996, and in 1998 they issued the two-disc Across a Wire--Live in New York. Counting Crows' third studio album, This Desert Life, appeared in 1999. In the midst of recording and collaborating with Ryan Adams on his sophomore album Gold, Duritz joined his band in the studio as well. The fruit of those sessions was the Steve Lillywhite-produced fourth album Hard Candy. ~ Stephen Thomas Erlewine, All Music Guide

Indigo Girls
While they came into prominence as part of the late-'80s folky singer/songwriter revival, the Indigo Girls had staying power where other artists from the same era quickly faded. Their two-women-with-guitars formula may not seem very revolutionary on paper, but the combination of two distinct personalities and songwriting styles provided tension and an interesting balance. Emily Saliers, hailing from the more traditional Joni Mitchell school, had a gentler sound, was more complex musically, and leaned toward the abstract and spiritual. Meanwhile, Amy Ray drew heavily from the singer/songwriter aspects of punk rock, citing influences such as the Jam, the Pretenders, and Hüsker Dü for her more abrasive and direct approach. In a decade-plus of recording, they managed to garner respectable mainstream success and keep their rabid core following.

Amy Ray and Emily Saliers first took the name Indigo Girls while living in Atlanta in 1985, although they had been performing together since the early '80s, at times under the name the B-Band. In 1986, they recorded an independent self-titled EP and followed in 1987 with the full-length Strange Fire -- only 7,000 copies were pressed and very little interest was generated. Things changed quickly in 1988 when, in the wake of the success of Suzanne Vega, Tracy Chapman, and 10,000 Maniacs, they seemed to fit nicely into "the next big thing." Epic Records was quick to sign them.

Indigo Girls, released in 1989, was an excellent national debut. Featuring a guest vocal by R.E.M.'s Michael Stipe ("Kid Fears") gave them initial college radio credibility and the single "Closer to Fine" was a hit -- the album eventually broke the Top 30 and earned a Grammy for Best Folk Recording that year. By the end of 1991, it achieved platinum sales. Strange Fire was reissued in the fall with a cover of "Get Together," replacing one of the original tracks.

The follow-up, 1990's Nomads Indians Saints, didn't fare quite as well. It was nominated for a Grammy and eventually reached gold status, but the material wasn't nearly as strong. A live EP, Back on the Bus, Y'All, was released in 1991 while they regrouped. It was also certified gold and was nominated for a Grammy.

In spring of 1992, they made a comeback with Rites of Passage, which debuted at number 22 and went platinum by the year's end. The album showed an increasing diversity and some of their strongest songs to date. Almost exactly two years later, Swamp Ophelia was released and entered the charts at number nine; it went gold by the end of the year. A double live album, 1200 Curfews, was released in 1995 and the much awaited follow-up to Swamp Ophelia, Shaming of the Sun, followed in 1997. The duo's next effort, Come on Now Social, appeared two years later. 2002's Become You was stripped down in comparison to the orchestration of the Girls' more recent work, and 2004's All That We Let In was generally regarded as their strongest album in years. A rarities set appeared the following year, marking Saliers and Ray's two decades together as Indigo Girls. ~ Chris Woodstra, All Music Guide



Cuarto Corte comercial

Por Dios, ¿qué es lo que dice el mensaje? El cine ante la cuadratura humana y el fotograma de Altamira
10. Simon and Garfunkel, April she will, The graduate, (1968)
11. Nick Dracke, Fly, The royal Tanenbaums, (1999)

The royal Tanenbaums
Wes Anderson's third film, "The Royal Tenenbaums," is nothing short of amazing and was easily the best film of 2001. Why it wasn't nominated for more than Best Original Screenplay at this year's Oscars is beyond me. The same went for his sophomore effort (and what I feel is his best film of the three) "Rushmore."
One of many of Anderson's gifts lies in his appreciation of and ability to identify deadpan humor. My three favorite moments of the film are when Richie suffers a breakdown at his tennis match and tosses his racquet at the returned ball he lightly served over the net in the first place, when Chas holds a mock fire drill and tells his boys that they all would have died, including their dog, because it took them four and a half minutes to get out of the house, and when Raleigh St. Clair replies to the question "Can the boy tell time?" with "Heavens, no."
He also has the uncanny ability of accompanying his films with the perfect music (though he has been ostracized for not including certain songs that appear in his films on the actual soundtrack.) He did it in "Rushmore" with British Invasion songs and he doesn't falter here. The absolute best moment of the film (in a depressing, psychotic kind of way) is when Richie attempts to kill himself by slicing his wrists. The reason for this wholly rests on the fact that the entire montage was accompanied by Elliot Smith's haunting song "Needle in the Hay."
The other reason Anderson gets good marks is because of the fabulous ensemble cast. Gene Hackman, Anjelica Huston, Danny Glover, Gwyneth Paltrow, Bill Murray, Ben Stiller, Owen Wilson and Luke Wilson are all at their best here.
Kudos to everyone involved in this film; it is sure to gain classic status years from now. A worthy addition to anyone's DVD collection.
Actors: Gene Hackman, Anjelica Huston, Gwyneth Paltrow, Ben Stiller, Luke Wilson, Owen Wilson, See more
Directors: Wes Anderson



Quinto Corte comercial


Download Reptiles digitales en las redes de Jonás

12. John Cougar Mellencamp, Jack and Dianne, Scare Crow
13. Eddie Brickell, Circle,


John Mellencamp (born October 7, 1951 in Seymour, Indiana) is an American singer and songwriter, known for a long and successful recording and performing career highlighted by a series of 1980s hits, including "Jack and Diane", and by his role in the Farm Aid charity event. Mellencamp lives in in Monroe County, Indiana, and is married to former supermodel Elaine Irwin Mellencamp. Mellencamp, who has a mild form of spina bifida, had a troubled childhood marked by several brushes with the law. He eloped with his pregnant girlfriend at seventeen and began performing with a band the following year.
At age 24, Mellencamp, determined to break into the music business, moved to New York City and signed on with agent Tony DeFries (at the time well-known for representing David Bowie). DeFries insisted that Mellencamp's first album, Chestnut Street Incident, a collection of covers and derivative originals, be released under the stage name Johnny Cougar, a move Mellencamp claims was made without his knowledge and against his will. The album was a failure, and Mellencamp lost his contract with MCA Records.
He signed to the tiny Riva Records label and recorded 1978's A Biography, unreleased in the US, but which yielded a hit in Australia ("I Need A Lover"). Riva added this song to the next album, John Cougar (1979) to minor success. Female rocker Pat Benatar recorded "I Need a Lover" and released the song as a single from her debut album In the Heat of the Night.
After one more album with Riva, Mellencamp signed with Mercury Records and released his breakthrough album, American Fool, in 1982 (see 1982 in music). The hit singles "Hurt So Good" and "Jack and Diane" sent the album to the top of the charts (the former being an unlikely radio hit with its lyrics referring to S&M).

With a major hit under his belt, Mellencamp insisted on changing his billing to John Cougar Mellencamp (compromising by keeping the stage name as well as his true last name) for the 1983 follow-up, Uh-Huh, which was another top-10 hit and spawned several hit singles, including the vivid Americana of "Pink Houses". Despite his popular success, Mellencamp fared less well with critics who tended to view him as a derivative heartland rocker in the mold of Bob Seger.
He rectified this in some quarters with the release of Scarecrow in 1985. The album's lyrics were socially aware, with several songs focusing on the plight of the American family farmer, and Mellencamp soon helped organize Farm Aid with Willie Nelson. Mellencamp, now fully asserting his power as a hitmaker, changed his billing to simply John Mellencamp and made waves by refusing to allow alcohol or tobacco companies to sponsor his tours.
His following LP, 1987's The Lonesome Jubilee was departure from his earlier material; it incorporated country and folk influences. It generated several more hit singles, including "Paper in Fire" and "Cherry Bomb". By 1993's Human Wheels, Mellencamp's critical reception was solid and Dance Naked (1994) spawned his biggest hit in years, "Wild Night" (a cover of Van Morrison's song, in the form of a duet with Me'Shell NdegeOcello).
After a 1994 heart attack, Mellencamp returned with Mr. Happy Go Lucky which blended heavier dance rhythms with his now signature folk-rock style with the aid of dance producer Junior Vasquez. Mellencamp left Mercury after the 1996 disc. Issued a day before his 47th birthday in 1998, his self-titled debut for Columbia Records included the songs "Your Life is Now" and "I'm Not Running Anymore".

In 1999 Mellencamp covered his own tunes as well as those by Bob Dylan and the Drifters for his album Rough Harvest, one of two albums he owed Mercury Records to fulfill his contract (the other was The Best That I Could Do, a best-of collection).
The early 21st century found Mellencamp teaming up with artists such as Chuck D and India.Arie to deliver a more laid back record with Cuttin' Heads, spawning the single "Peaceful World". Audiences would associate this song with the aftermath of the September 11 attacks, although it had been written beforehand.
Trouble No More followed in mid-2003 (see 2003 in music), a quickly-recorded collection of rootsy bluesy covers of artists such as Robert Johnson, Son House, and Lucinda Williams.
Mellencamp's sound is cited as a major influence by fellow midwesterners Sheryl Crow, Garth Brooks, Joan Osborne, and Kid Rock.
Mellencamp, a self-proclaimed liberal, participated in the "Vote for Change" tour leading up to the 2004 U.S. Presidential election.



Sexto Corte comercial

Homo signis Antropología molecular y arqueología sonora

14. Ben Harper, Beloved One,
15. Grant Lee Bufallo, Fuzzy, Fuzzy, (1993)
16. My morning Jacket, Golden, It still moves (2003)
17. The Coral, Pass it on, Pass it on CDS (2003)
18. William Shatner, Mr. Tambourine, Golden throats: The great celebration
19. Turin Brakes, Pain killer, Ether songs, (2003)

Ben Harper
Combining shuddering, groove-laden funky soul and folky, handcrafted acoustics, singer/songwriter Ben Harper cultivated a cult following during the course of the '90s that
gained full fruition toward the end of the decade. Harper combined elements of classic singer/songwriters, blues revivalists, Jimi Hendrix, and '90s jam bands like Blues Traveler, Hootie & the Blowfish, and Phish, which meant that he was embraced by critics and college kids alike. Though he never had a hit album, his body of work sold consistently and he toured constantly, building a solid, dedicated fan base.

A native of California, Harper grew up listening to blues, folk, soul, R&B, and reggae. As a child, he started playing guitar, and began to perform regularly as a preteen. During his adolescence, he began playing acoustic slide guitar, which would eventually become his signature instrument. After steady gigging in the Los Angeles area, Harper scored a deal with Virgin Records in 1992. He released his debut album, Welcome to the Cruel World, two years later to positive reviews.


Released in 1995, the politically-heavy Fight for Your Mind made for a strong sophomore effort, an obvious growth in musical experimentation and individual declamation. Harper's third album, 1997's The Will to Live, pushed his blues-oriented alternative folk into the middle mainstream, becoming a mainstay at college radio and making inroads at adult alternative radio. Recorded over two years of touring in support of Fight for Your Mind, The Will to Live introduced the Innocent Criminals, Harper's supporting band. The Innocent Criminals -- who are bassist Juan Nelson, drummer Dean Butterworth, and percussionist David Leach -- solidified Harper's musical rhythms and emotional diversity.


Aside from working on his own material, Ben Harper has built a strong rapport with other artists, playing guest spots on records by Beth Orton, John Lee Hooker, and Government Mule. He played 1997's and 1999's Tibetan Freedom Concerts, and opened for R.E.M., Radiohead, Metallica, Pearl Jam, and the Fugees. Harper's career gained momentum throughout 1998-1999. His most successful album thus far, 1999's Burn to Shine blended Harper's fondness of '20s jazz compositions and urban beatboxing, resulting in a clever and passionate collection of songs. "Steal My Kisses" and "Suzie Blue" were radio favorites, landing him two headlining world tours and an opening spot on the Dave Matthews Band's summer trek of 2000. In spring 2001, Harper issued Live from Mars, a double disc of live electric and acoustic material spanning the previous year's tour and including covers of material by Led Zeppelin, the Verve, and Marvin Gaye.

When it came to recording his fifth studio effort, Harper went back to his drawing board. He'd circled the world countless times and naturally, he brashly sang about it on the worldbeat-inspired Diamonds on the Inside, which appeared in March 2003. After a European tour with the Blind Boys of Alabama in 2004, the two acts entered the studio together and laid down ten tracks in two different sessions at Capitol Records basement studios. The resulting collaborative album issued under both names, There WiIl Be a Light, was released in September of 2004. ~ MacKenzie Wilson, All Music Guide

Grant Lee Bufallo
Although heralded by the critics and championed by their musical peers, the '90s alternative/roots rock trio Grant Lee Buffalo failed to break through to the
mainstream, despite strong songwriting and an original style. The band's leader was singer/guitarist/songwriter Grant Lee Phillips -- born in 1963 and raised in Stockton, CA, Phillips was equally influenced by rock music early on (David Bowie, Alice Cooper, Kiss) as well as country icons (Buck Owens, Merle Haggard, etc.). By the dawn of his teenage years, Phillips began playing guitar and penning his own original compositions, as he sought to combine his both preferred styles of music together as one -- leading to the formation of his first real band, Bloody Holly.

Prior to his 20th birthday, Phillips relocated to Los Angeles, where he roofed houses with hot tar during the day, attended film school at night, and reserved the weekends for music. By the end of the '80s, Phillips had formed the neo-psychedelic outfit Shiva Burlesque, issuing a pair of critically acclaimed but commercially overlooked releases, 1987's self-titled debut and 1990's Mercury Blues, before splitting up. Phillips then recruited Shiva's drummer Joey Peters and multi-instrumentalist Paul Kimble (the latter of which doubled on bass and keyboards and, later on, production duties) for a new project. Utilizing a backlog of songs unused by Shiva, the new group first went under several different names (including the Machine Elves and Mouth of Rasputin) before settling on Grant Lee Buffalo.

The newly named outfit landed a weekly residence at West Hollywood's Cafe Largo in the early '90s, as they honed their songs and live show, while building up a substantial following in the process. The trio sent a demo tape to the Singles Only label (headed by Hüsker Dü/Sugar frontman Bob Mould), who in turn issued the song "Fuzzy" as a single in 1992. By this time, the buzz surrounding Grant Lee Buffalo had spread to other record labels, as Slash Records signed the trio and issued their full-length debut, also titled Fuzzy, in 1993.


Grant Lee Buffalo supported the release with nearly a year of solid touring -- opening for the likes of Cracker, ex-Replacements frontman Paul Westerberg, and Pearl Jam. Instead of taking some much-needed time off from their grueling schedule, the trio went directly back into the studio to work on their sophomore effort, 1994's Mighty Joe Moon, which spawned their first single/video to attract the attention of MTV and radio (albeit mildly), the gentle ballad "Mockingbirds." Despite landing a prestigious gig opening for R.E.M. (the group's first arena tour in five years) and Phillips being recognized as Male Vocalist of the Year by Rolling Stone magazine, the album failed to break the band commercially. Further fine releases followed, 1996's Copperopolis and 1998's Jubilee, which, again, were critically acclaimed yet commercial underachievers. Fed up, the trio quietly disbanded in 1999.

Phillips immediately launched a solo career, issuing a pair of albums, 2000's Ladies' Love Oracle and 2001's Mobilize, both of which were completely penned and performed by the ex-Grant Lee Buffalo frontman (Phillips has also guested on albums by such other artists as the Eels, Neil Finn, Harvey Danger, Robyn Hitchcock, and Michael Penn, while producing Eenie Meenie's self-titled 1997 EP). In 2001, a 30-track Grant Lee Buffalo overview was issued in England (where the group had enjoyed more substantial success than in their homeland), entitled Storm Hymnal: Gems From the Vault of Grant Lee Buffalo. Rhino released it stateside three years later. ~ Greg Prato, All Music Guide
My morning Jacket
My Morning Jacket is a four-piece band from Louisville, KY, built solidly around the vocal and songwriting talent of group leader Jim James. Their sound is lonesome, haunting, almost classic country at times, and that voice -- Jim James' voice
shares the same section of that old country highway with the familiar sounds of Neil Young, yet sounds right at home here in the world of independent American pop music, alongside contemporary singers like the Flaming Lips' Wayne Coyne and Galaxie 500's Dean Wareham. Like Galaxie 500, My Morning Jacket weaves songs and sounds together perfectly -- underneath the big open sky filled with bright stars of course -- never allowing the heavy reverb (and the reverb is definitely heavy) to subtract anything from the visual lyrics, or from the simple beauty of the songs themselves.

Along with singer Jim James, My Morning Jacket was founded with his cousin Johnny Quaid (guitar), Two-Tone Tommy (bass), and J. Glenn (drums). The band released their debut on Darla Records in 1999, the critically acclaimed The Tennessee Fire, and found themselves gaining popularity not only in the United States, but in Europe as well, the Benelux countries being particularly fond of My Morning Jacket. They were later featured in a Dutch documentary film after constant praise from the Dutch music press.

The band's second album, At Dawn, found My Morning Jacket virtually unchanged (but with two new members: Danny Cash riding keyboards and KC Guetig on the drums) with more of the same high-quality writing: hauntingly beautiful melodies all drenched with that (by now) familiar reverb and featuring that unique and emotive voice. Upon its release in America, James' best friend from childhood, Patrick Hallahan stepped in to play drums.

My Morning Jacket lives in a world of wide-open spaces covered with a velvet sky, not alt-country, not indie rock, just beautify classic Americana music. By 2003, the band had toured with the likes of Guided By Voices, Doves, Foo Fighters, and Burning Brides. However, by the time their major label release for RCA/ATO, It Still Moves was release in September, touring began to take its toll on Quaid and Cash. Critics and fans hailed It Still Moves as the band's best, but Quaid and Cash decided to leave it all behind when they announced their departure in January 2004. Bo Koster (keyboards) and Carl Broemel (guitar) joined My Morning Jacket on the road shortly thereafter to make the band a unified five-piece once again. John Leckie produced My Morning Jacket's fourth album, Z, which was released in fall 2005. ~ Terrance Miles, All Music Guide

The Coral
They're not like Echo & the Bunnymen and they claim they're not seaside scousers of their hometown of Hoylake, for the Coral are crazy geezers, Happy Mondays-style. Comprised of six neighborhood mates James Skelly (guitar/vocals), Ian Skelly (drums), Nick Power (organ), Bill Ryder-Jones (guitar/trumpet), Lee Southall (guitar/vocals) and Paul Duffy (bass/sax), the Coral formed in their early teens in 1996. NME was quick to jump on them in fall 2001, proclaiming the Coral as the best new band in England thanks to the popularity of "Shadows Fall." The next summer, the Coral was still a buzz -- their self-titled debut album appeared on Sony Music UK in July. The Coral made their way to America in early 2003 with their self-titled debut release for Columbia. The Invisible Invasion followed two years later. ~ MacKenzie Wilson, All Music Guide

sábado, febrero 11, 2006 

360 Formas de ser parte del clan de inmersión sonora

Les presento a uno de los nuevos integrantes de la banda de rocabilies seguidores del escuadrón 201


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360 formas de seguir sorprendiendo al universo

Sicaf, Seoul, 2000
Si pensaban que la escritura con arena era un mito de la antropología de la escritura, tienen que ver lo que es reconstruir el mundo con un puño de polvo de estrellas.

Contribución de Tomsawyer2.0 (antes misterpapi) para 360Grados


Para ver el video da un click en el icono en forma de hoja que dice "Castpost", sinceramente es sorprendente:



DibujarconArena.asx
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viernes, febrero 10, 2006 

¿Qué es 360 grados?

Nota 1: El zodíaco es un círculo de 360 grados, compuesto de 12 sectores iguales, de 30 grados cada uno, que son las 12 casas de los 12 signos astrológicos. En el interior de este círculo ficticio y perfecto, imaginado y colocado alrededor de la Tierra por los hombres de la Antigüedad, se mueven los planetas.

Nota 2: En una rotación, la Tierra recorre los 360 grados de una circunferencia, según el sistema sexagesimal. En hacer ese recorrido tarda, convencionalmente, 24 horas. Esto significa que cada hora recorre 15 grados y cada cuatro minutos un grado.

Nota 3: Debido a que la tierra realiza una vuelta completa (360º) en 24 horas, cada hora corresponde a 15º de longitud. Es decir 900 Millas Náuticas (MN)



360 grados de inmersión informativa
Periodismo border, experimentación

Gadgets/tecnología
Hipertextos/literatura
Planos secuencias/cine
Descargas/recomendaciones
Sincronías / en pocas palabras….




Convergencia y mapas celestes para entender las fronteras del rock
y el lado B de le cultura



360 grados
Música prestada y en abonos chiquitos desde el corazón mismo de la piratósfera

360 grados
¿Queremos experimentar así la realidad?

jueves, febrero 09, 2006 

Track list, Tercera emisión, Viernes 10 de febrero 2006

1. Bauhaus, Third uncle
2. Meter Murphy, Cuts you up
3. Editors, Munich
4. Peter GabrielAfro Celt Sound System, If i Fall


Eclecticida Nociones básicas de estética musical para los que piensan que las peluquerías no pueden ser unisex.

5. Pink Martini, Qué Será Será, Sympathique



Longitud sonora Desiertos concéntricos como límite de la tecnología

6. Figurine, Impossible, The Heartfelt



El polígono hipertextual Trayectoria del imaginario y de lo mínimo que hay que saber de literatura

7. Modest Mouse, Bukowski, Good news for people who hate bad news



Por Dios, ¿qué es lo que dice el mensaje?
El cine ante la cuadratura humana y el fotograma de Altamira

8. Pixies, Where is my mind



Download Reptiles digitales en las redes de Jonás

9. They Might be Giants, Bird house in your soul















Homo signis
Antropología molecular y arqueología sonora

10. Virus, Superficie de placer
11. Ryan Adams, Wanderwall

 

Track list, Segunda emisión, viernes 03 de febrero 2006

Escucha el podcast de nuestra Segunda emisión dando play en el Media Player o descárgalo a tu iPod dando un click con el botón derecho


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1. Kent, Mannen i den vita hatten (16 ar senare), Du & Jag Doden

2. 10,000 Maniacs, Hey Jack Kerouack, In my tribe

3. Fine young canibals, Souspicous minds

4. Elvis Presley, Souspicous minds, The Essential Collection

5. Cornershop, Good to be on the road, When I was born for...



Por Dios, ¿qué es lo que dice el mensaje? El cine ante la cuadratura humana y el fotograma de Altamira

6.Lou Reed, Sweet Jane, New York

7. Cowboy junkies, Sweet Jane, Natural Born Killers














Eclecticida Nociones básicas de estética musical para los que piensan que las peluquerías no pueden ser unisex.

8. His Name is Alive, The well, Home is in your head





Longitud sonora Desiertos concéntricos como límite de la tecnología

9. Imogen Hop, Hide & Seek, Speak for yourself










Homo signis Antropología molecular y arqueología sonora

10. Kent, Mannen i den vita hatten (16 ar senare), Du & Jag Doden

11. Israel Vibration, Fire Dub, Same song dub

martes, enero 31, 2006 

Track list, Primera emisión, Viernes 27 de enero de 2006

Escucha el podcast de nuestra Primera emisión de 360 Grados directo en nuestro Media Player o descargándolo en tu iPod con el botón derecho


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En nuestra primera emisión el track list de recomendaciones fue:

Mrs. Robinson, Paul Simon and Garfunkel, (1968). The best of Simon and Garfunkel.

Octupus Garden, The Beatles (1969). Abbey Road

Good times, bad times, Led Zeppelin (1969). Led Zeppelin I

Once in a life time, Talking Heads (1980). The Best of Talking Heads

Waterfall, Stone Roses (1990). Stone Roses




Iceblink luck, Cocteau Twins (1990), Heaven or Las Vegas

Seven, James (1992). Seven

These are days, 10,000 Maniacs (1992). Our time in Eden.







A murder of one, Counting Crows (1993). August and everything after.

In my tree, Pearl Jam (1996), No Code

lunes, enero 30, 2006 

Participa en nuestro foro de discusión

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¿Qué esperas?

Nos encantaría conocer leer tus recomendaciones y sugerencias. Para ello hemos programado un foro libre de opinión en el cual podrás incluir enlaces a sitios, lecturas y podcast que puedan enriquecer los contenidos del programa 360 Grados

Esperamos tus mensajes en:

http://www.createphpbb.com/inmersionsonora/

jueves, enero 26, 2006 

Secciones del podcast 360Grados

Eclecticida
Nociones básicas de estética musical para los que piensan que las peluquerías no pueden ser unisex.


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Longitud sonora
Desiertos concéntricos como límite de la tecnología


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El polígono hipertextual
Trayectoria del imaginario y de lo mínimo que hay que saber de literatura


Por Dios, ¿qué es lo que dice el mensaje?

El cine ante la cuadratura humana y el fotograma de Altamira


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Download
Reptiles digitales en las redes de Jonás


Homo signis
Antropología molecular y arqueología sonora


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Para poder dividir un círculo en partes iguales:

1. Lo primero que hay que hacer es dividir 360 entre el número de partes iguales en las que queremos dividir el círculo.
2. Ya que tenemos el resultado del paso 1, colocamos el trasportador sobre un diámetro del círculo de manera que coincidan el centro del círculo con el centro del trasportador.
3. Marcamos con el transportador el resultado de la división.
4. Giramos el trasportador hasta que la marca coincida con el cero, cuidando que el centro del círculo y el del transportador coincidan.
5. Hacemos lo mismo hasta llegar a la primera marca.
6. Unimos cada línea con el centro del círculo.
7. Ya terminamos.



Esto fue 360 grados,
un sistema de medidas angulares para trazar el mapa de la cultura alternativa
y el lado B del rock and roll.

Una producción de
Jorge Hidalgo
y su astrógrafo sonoro para
Radio Anáhuac

Bucea en mí, que soy la morsa

El mood de los últimos días

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